Los jardines de la Costa Azul
Si la naturaleza se desarrolla en su jardín natural, el ingenio de los hombres ha inventado otras armonías con otras plantas, de manera que los lugares de cultivos nutricios, acondicionados desde la época de los romanos, han cohabitado, desde el siglo XIX, con las plantas aclimatadas, transportadas en los equipajes de los ingleses generalmente, a veces de los alemanes.
La Costa Azul se ha convertido en el jardín que conocemos actualmente, mezcla de plantas exóticas y vegetales tradicionales. El arte de los jardines ha pasado a ser un arte de vivir, a menos que sea el arte de vivir mediterráneo, profundamente aferrado tanto en el inconsciente del jardinero como en el del rico invernante, que ha dado nacimiento a los más bonitos jardines del mundo.
El arquitecto-paisajista Jean Mus, instalado en Cabris, un balcón en la campaña de Grasse, siempre lo recomienda con su mirada de experto – prefiere el término jardinero enamorado de la tierra – Menton y sus maravillas Val Rameh, Serre de la Madone e incluso Maria Serena; Niza y los jardines de Cimiez, el monasterio y el olivar; Antibes y la Villa Thuret, e igualmente el arboretum del Cap; Grasse, la villa de Noailles y los campos de rosas con el perfume de la familia Biancalana; Mouans-Sartoux y los jardines del Museo Internacional de la Perfumería; el bosque mantenido de las Islas de Lérins…
Los jardines son páginas de escritura que relatan los últimos siglos, que impregnan los lugares con una atmósfera particular, testigos, tanto como las frutas, de la comunión entre el hombre, la tierra, el agua y el clima.
Pero, más allá de las visitas de los jardines abiertos a todo el público y más allá de los jardines privados secretos, seguir a Jean Mus a lo largo de los senderos del litoral, por las colinas o por la ciudad significa, a cada paso, descubrir un jardín extraordinario.
Más que el jardín en su concepción arquitectónica, debemos prestar nuestra atención a la planta para captar una señal de la vida. «Hay que saber mirar y permanecer humilde…» murmura Jean Mus rozando una hoja, y aconsejando a sus invitados «ser protagonistas del paseo».
Observemos estos centinelas cortados en cono, magníficos tejos a la moda italiana; velando en las puertas cerradas de una rica vivienda; las delicadas y frágiles jaras; estas cortinas de cipreses; una avenida de pequeños guijarros, colocados sobre el tramo de un camafeo de gris y de blanco; la pintura roja de una fachada, complemento cromático ideal del verde de los olivares…
Y que más bonito, a cada recodo de la carretera, que un campo de olivares, con cortezas agrietadas como una piel de elefante que posee una potencia inmóvil, en equilibrio sobro el dorso de un muro de retención de piedras grises jaspeadas de negro. Ya ha llegado la hora de desplegar el mantel para un almuerzo sobre la suave hierba del Paraíso.
Fuente: costa-azul-turismo.com